Como una divinidad que delira

Santino Ciganda

Dijimos entonces, estamos en Los siete locos: la paranoia como lectura política. Somos hoy más que nunca la mirada de El astrólogo y su grupo de conspiradores (al que luego se sumaría Erdosain). Pero quizá no haya mayor representante de esta lógica que el propio presidente del país. Javier Milei es quizá por excelencia la representación de este tipo de lectura política: la paranoia como forma que establece una tensión entre la sociedad y el funcionamiento de la política. Javier Milei -y gran parte de nuestra sociedad- lee la política desde la desconfianza y la sospecha.Algo de lo policial entra en juego. “Se acabaron los curros” reza el presidente. O, mejor dicho, “no se bien que sucede, pero seguro hay un curro”. Para el mileismo -y quizá para la época-el complot es la lógica del funcionamiento social: algo, alguien, no sé en qué parte ni cómo, está tramando algo. Todo está armado, todo está arreglado. No hay político que no se venda. O, mejor dicho, que no esté a punto de venderse: todos son iguales.

En esta gran maquinación el sujeto social no es más que un instrumento de un vasto escenario que se planifica y se ejecuta (Tema del traidor y el héroe). Lo arbitrario de la realidad pierde fuerza. El imaginario social se configura en torno a la idea de que el destino de las personas está determinado por fuerzas externas(La lotería de babilonia). Ya todo es en la rutinaria argentina, un acto de complicidad. “Mañana puede pasar cualquier cosa” titulaba Crónica, simbolizando involuntariamente la subjetividad política de un momento histórico. Milei es el vocero de una nación que duda de su presente y se siente incapaz de ver en su historia política -por lo menos en su historia reciente- otra cosa que una trama de conspiraciones.

Del sentido a la fragmentación

Sin embargo, hay algo que Piglia no dice en la frase pero que queda implícito y que, a mi modo ver, es imprescindible: el paranoico aspira al sentido. Aspira a la totalidad. Busca el modo de encontrar una coherencia en lo que vive. Su “enfermedad” es un intento de restaurar el orden(el que sea). Imaginar el elemento (noticia, dato, rumor, hecho, reel, frase, etc) faltante no es más que un ejercicio de fabulación de lo real. Para la eficacia de la paranoia, lo importante es que lo imaginario -lo que falta y no se sabe- responda a una fijación (idea y/o figuración) y sea visto como si las cosas no pudieran ocurrir de otro modo (orden). Pero ¿qué sucede cuando esa aspiración desaparece?¿Qué pasa cuando la realidad pierde sus jerarquías y el orden implícito se desplaza?¿Qué pasa cuando un sujeto no puede establecer un orden coherente en los hechos que interpreta?¿qué quiere decir, después de todo, interpretar la realidad?

Lo cierto es que el acontecer es demasiado complejo para ser comprendido de un solo modo. “El equívoco y el disparate son formas de conocimiento” decía Juan Villoro y “la realidad revela sus secretos cuando suspende su decurso habitual; es decir, cuando no se disfraza de sí misma”. Para el psicoanálisis el fallido es una aproximación a la verdad: como decía Barthes “en mi error me descubro con mi deseo”.Pero, ¿y el disparate?¿Qué sucede cuando le sacamos la máscara a nuestra realidad y su rostro es el del absurdo?En un mundo donde se convive cotidianamente con la fragmentación informativa, la hiperinformación y la inmediatez como “tiempo” mediante de las experiencias, el caos está a la vuelta de la esquina. En ese mundo un presidente puede decir:

"Hace pocas semanas fue noticia en todo el mundo el caso de dos americanos homosexuales que, enarbolando la bandera de la diversidad sexual, fueron condenados a 100 años de prisión por abusar y filmar a sus hijos adoptivos durante más de dos años [...] En sus versiones más extremas, la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos".

Días después, negar haber dicho eso, acusar una edición técnica, y finalmente repetirlo casi textualmente.Mi intención de ningún modo es establecer una psicología del presidente Milei, sino poner el punto de enfoque en el modelo de lectura de la realidad política que plantea. Mi apuesta es la siguiente: hay un paso de la paranoia como modelo de lectura y relación con la política a una especie de estado psicótico de la realidad, solamente alcanzable gracias a la fragmentación informativa y el internet como espacio abstracto y alternativo pero que opera de un modo decisivo en la vida cotidiana y en la interpretación de la misma. La digitalización de la vida cotidiana, la fragmentación informativa y el internet (Google) como espacio de consulta y respuesta de los dilemas comunes, tuvo como efecto la ruptura de un orden jerárquico de la realidad y la creciente confusión de lo acontecido.

La Biblioteca de Babel

De la aspiración del sentido y la totalidad, a la ruptura de la misma. Ya en este mundo babilónico todo vale. En La biblioteca de babel Borges postula -entre otras cosas- la posibilidad de una biblioteca que contenga todo lo que se ha dicho y todo lo que puede llegar a decirse. Todo lo que entra dentro de la posibilidad de la expresión está en la Biblioteca.El lenguaje es finito porque la lengua lo es. El abecedario es finito, va de la A a la Z. Lo que tiende al infinito son sus combinaciones: múltiples combinaciones de símbolos generan múltiples palabras que a su vez pueden ser combinadas -casi infinitamente-, extendiéndose así en los infinitos libros de la Biblioteca, cuyo orden aparece, a los hombres, como un caos total.

En ese universo donde todo está dicho conviven todas las cosas: la tesis, la antítesis y la síntesis. Pero también la cítrica a esa teoría. Y a su vez, el comentario de esa crítica que niega la teoría. Y a su vez la crítica al comentario que critica la crítica que niega la teoría. Todo está ahí dentro. El anverso y el reverso de las cosas. La afirmación y la negación del mundo. (“el catálogo fiel de la biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio”).

Esa poderosa alquimia que es el mundo borgeano ha postulado La biblioteca de babel que no es más que la prefiguración de lo que hoy llamamos internet. Un espacio donde todo se encuentra y donde todo está. ¿Cuánto pesa un muerto? ¿Cuánto es el peso del alma? Alguna arriesgada respuesta aparecerá -y con ella su negación-. No habría problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en alguna parte de Google. (“no habría problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono”).

La aspiración a una convivencia total produce el caos, quiebra el orden y por ende el sentido. La realidad no puede ser interpretada porque se ha perdido toda jerarquización de la misma. Si todo puede ser dicho -borgeanamente si todo ya está dicho- se puede decir cualquier cosa. Todo es válido y todo es posible. Ya nada es verdadero y todo verosímil: posible de ser real. Saer postulaba en su novela -y no es casual que sea una novela policial- “La pesquisa” que

“por el solo hecho de existir, todo relato es verídico, y si se quiere extraer de él algún sentido, basta tener en cuenta que, para obtener la forma que le es propia, a veces le hace falta operar, gracias a sus propiedades elásticas, cierta comprensión, algunos desplazamientos, y no pocos retoques en la iconografía”.

La materia de nuestra realidad es -hoy más que nunca- flexible. No porque la realidad lo sea, pero si lo es internet (Google, redes sociales, streamings, portales digitales, etc.). Nuestra realidad digitalizada es flexible, fugitiva, dispersa. Nos enteramos de la coyuntura política por un reel. La vida cotidiana entró, disparatada y tumultuosa, en las pantallas de un celular(“afirman los impíos que el disparate es normal en la biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es casi una milagrosa excepción.)“Mañana puede pasar cualquier cosa” titulaba Crónica, recuerden. Crónica visualizando el caos. Ese caos infinito. Ese universo de múltiples tesis contradictorias y diferentes -e igual de válidas-. Ese mundo donde el presidente puede -en una red social- publicitar -a través de un tuit- una estafa de millones de dólares a miles de personas, para luego borrar -a las horas- ese tuit y a los días brindar una entrevista para negar el hecho y que en esa entrevista, sin buscarlo, se vislumbre que está arreglada, y que al otro día -si al otro día- el periodista que participó del hecho de corrupción brinde una editorial justificando -y/o negando- lo sucedido, mientras en simultáneo miles de programas de televisión, cuentas de Instagram, radios, streamings, recortes de esos streamings, comentarios de esos recortes de streamings, hablan, afirman y niegan lo sucedido. (“lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro es también una escalera, aunque sin duda hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya estructura corresponde a la de una escalera.)

Insisto: todo es válido en el caos. Y entonces, ¿Cómo dar orden y coherencia a un mundo que se presenta caótico?¿Cómo leer la realidad? ¿Cómo pensar lo político? Javier Milei lo piensa y lo interpreta de ese modo: sin aspiración al sentido, sin aspiración al orden, “psicoticamente”. Quizás no solo porque quiera leerla de ese modo, sino porque quizás no encuentre otro modo de hacerlo. La realidad se presenta así: disparatada. Estamos en una democracia representativa y JavierMilei fue electo presidente. Javier Milei es, le guste a quien le guste, el funcionario público más representativo de nuestra sociedad. Eso quiere decir, entre otras cosas, que gran parte de la sociedad argentina lee los movimientos de la política de igual modo. O por lo menos se aproxima.

Ya no estamos entonces, en Los siete locos.Estamos en el Finnegans Wake. En el texto psicótico. Estamos en el texto que no aspira al sentido, que no busca la totalidad. Un texto que solo busca decir, sin orden ni cohesión. La estructura caótica de las palabras. A medida que la novela se lee, conocemos un mundo que nos parece cada vez más absurdo.

Estelas del Finnegans

En Finnegans Wake el sistema de relaciones que definen la trama no obedece a una lógica lineal. Es un texto que no admite traducciones -característica central del caos-. Es decir, no admite otro orden, otro sentido. Traducir en el fondo es leer -en la etimología de traducción está interpretatio-y leer es, interpretar. La traducción antes de ser un texto escrito es una lectura, y la lectura siempre es una interpretación. Podríamos hacer esta equivalencia: La actividad de leer equivale en buena medida a la de traducir y traducir es interpretar. Desplazar el sentido.

Larga es la historia de los fallidos intentos de traducir el Finnegans, libro que tardó diecisiete años en escribirse. En Argentina, José Salas Subirat, luego de haber traducido el Ulises, pasó a su intento con el Finnegans. Nadó para morir en la orilla. “Lo estuve leyendo por los últimos diez años y todavía tengo que entenderlo” dijo Subirat en una entrevista de 1957. Salvador Elizondo propuso una traducción anotada de la obra, pero bajo los brazos antes de empezar. Francisco García Tortosa, tradujo el capítulo ocho que luego fue editado por la editorial Cátedra, de Madrid, quien lo publicó como libro en 1992. Víctor Pozanco, se arriesgó con una especie de compendio, una versión de 300 páginas del Finnegans que luego fue publicado por la editorial española Lumen en 1993. Entre el 2015 y 2016 Marcelo Zabaloy y la editorial El Cuenco de Plata, de Buenos Aires, han cumplido el sueño de publicar la Finnegans Wake completo a nuestra lengua.

¿Cómo traducir -leer e interpretar- un texto que es “totalmente fragmentado, onírico, cruzado por la imposibilidad de construir con el lenguaje otra cosa que no sea la dispersión?” ¿Cómo traducir un libro en donde no hay punto de inicio ni un punto de final (como en internet)? ¿Cómo enfrentarse a un libro que tiene al inglés como idioma base, pero mezclado con otras setenta lenguas, como el chino, el francés o el español, hasta idiomas ficticios, como el esperanto y el volapük, o casi desconocidos, como el bearlagair na saer, una antigua jerga irlandesa? La traducción nos pone en dilema: o no se puede traducir en absoluto, o admite tantas versiones como traductores emprendan la tarea.

Quizás nuestras propias dificultades para leer nuestra realidad política sean las mismas que han afrontado los traductores de este libro: Historias que se empalman, que se ramifican hasta perder todo tipo de orden y coherencia. Imposible es reconstruir la cadena de relaciones de los hechos. La política se nos presenta como una estructura en la que todo es posible y nada se confirma. Todo es una larga metáfora de la digresión.

Pienso en cómo hace un ciudadano en estos tiempos para comprender el funcionamiento de la política de nuestro país. Dónde pararse para comprender. “Al encuadrar una imagen, el fotógrafo no solo selecciona lo real; agrega una presencia invisible pero fácil de advertir: su manera de ver” dice Juan Villoro. El desafío está ahí: ¿cómo ver? ¿cómo mirar? ¿desde dónde? Cómo ordenar la realidad en un mundo donde los hechos surgen de un espacio común que luego parece negarlos. Cómo volver a jerarquizarla de un modo tal, que ese orden, nos permita una estabilidad y un sentido. La situación se nos presenta como una tarea imposible de lograr. Quizás porque ordenar el caos es una tarea imposible, como la traducción de una psicosis. Tal vez porque el caos ya es el orden y este orden, es una estructura que, para el ser humano, es imposible de abarcar e incluso de imaginar. Tal vez ya estemos perdidos en este mundo en el que “todo lo afirman y lo niegan y confunden como una divinidad que delira”. Esas palabras no sólo denuncian el desorden (orden), sino que lo ejemplifican también.

*James Joyce escribió el Finnegans Wake como gesto, como una forma de acompañar el padecer que sufría su hija Lucia. Lucia Joyce termino psicótica y murió en 1962 en una clínica en Suiza. Durante el proceso del trastorno, Joyce motivó a su hija a intentar salir de la enfermedad a través del arte y de la escritura. Lucía escribía -psicoticamente- pero a la vez se posicionaba en lugares difíciles y el problema no se solucionaba. Joyce incapaz de resolver la situación, se dignó consultar al psicólogo suizo Carl Jung. Joyce fue a verlo a Jung a su clínica en Suiza para plantearle el dilema y cuando llegó le dijo: “Acá les traigo los textos que escribe mi hija y acá también les dejo los míos. Ella escribe lo mismo que escribo yo”. En ese momento Joyce escribía el Finnegans. Entonces Jung leyó los textos, lo miró y le respondió: “Pero allí donde usted nada, ella se ahoga”. Tal vez nosotros seamos como la pobre Lucia, incapaces de salir a flote en un mar caótico de información dispersa.

“La paranoia, antes de volverse clínica, es una salida a la crisis del sentido” decía Ricardo Pigliay establecía con esa cita el sentido de época que había capturado Roberto Arlt en sus novelas, Los siete locos y Los lanzallamas. Para Piglia, la clave se encontraba en la forma en que Arlt presentaba un modo de leer la realidad política como conspiración, como complot: la paranoia como una manera de leer ciertos movimientos de la política y del funcionamiento social. El paranoico busca el elemento que le falta para poder cerrar el círculo, para poder darle coherencia hasta lo que, por ahora,no comprende.Una variante de la teoría del iceberg de Hemingway: lo que no se sabe pasa a ser la clave del asunto. Se leen los signos desde perspectivas enigmáticas, cifradas, secretas. Se lee a partir de lo que no se conoce, pero se sospecha. Hay un vacío de significación que se sustrae a la lógica de la trama, y es esa ausencia flexible -posible de manipularse imaginariamente- la que pasa a ser la clave de la comprensión.

“Leer entre líneas -como si siempre hubiera algo cifrado- es de por sí un acto político”

Leo Strauss